DECÁLOGO
Abril 22
Nuestro mundo ha de darse cuenta de que toda vida humana y de que la vida entera de todas las personas es sagrada y de que no existe la vida indolora, la vida solo para los útiles, los bellos, los productivos, los que cuentan y valen más tejas abajo.
Nuestro mundo ha de promover el respeto, la tutela, la defensa y la promoción de todos los derechos humanos, empezando –como ya queda dicho- por el derecho a la vida desde su concepción hasta su ocaso. Y entre esos derechos fundamentales, ha de velar y comprometer por el derecho a la libertad religiosa, tan vulnerado y preterido.
Nuestro mundo ha de seguir empeñado y comprometido con el desarrollo técnico, científico, médico, sanitario para curar más enfermedades, sanar mejor las heridas, prolongar la vida, buscando una mayor calidad de vida… Sí.
Nuestro mundo ha de investigar e invertir en la prevención de los riesgos laborales, en instrumentos y sistemas que nos alerten y prevengan ante terremotos, tsunamis, mareas y demás desgracias naturales.
La Pascua es la clave
Sí, sí, sí. Todo ello es necesario. Todo ello merece todos los esfuerzos, todos los afanes y todos los compromisos. Pero todo ello para ser verdadero y definitivo ha de nacer de la Pascua, ha de brotar del costado abierto por la lanza y herido por nuestro amor de Jesucristo crucificado y resucitado. Es nuestra vida, nuestra alegría, nuestra paz, nuestra justicia, nuestro valor supremo, nuestra plenitud, nuestra plenitud. Él es nuestro futuro, ya presente.
“Él –afirmó también el Papa Benedicto XVI en su extraordinario mensaje urbi et orbi para la Pascua 2011- está con nosotros hasta el fin de los tiempos. Vayamos tras Él en este mundo lacerado, cantando el Aleluya. En nuestro corazón hay alegría y dolor; en nuestro rostro, sonrisas y lágrimas. Así es nuestra realidad terrena. Pero Cristo ha resucitado, está vivo y camina con nosotros. Por eso cantamos y caminamos, con la mirada puesta en el Cielo, fieles a nuestro compromiso en este mundo”.
Y es que nada necesitamos más que la Pascua. La Pascua no nos aleja del llanto del hermano, ni del dolor propio, ni del esfuerzo por el bien, la bondad, la verdad, la justicia y la belleza. Todo lo contrario: la Pascua nos pone en camino hace estas realidades. Porque la Pascua nos sitúa más y mejor en la realidad. No nos hace personas ausentes, lejanas, desencarnadas, espiritualistas. Nos hace personas cabales, realistas, conscientes de que Él, sí, lo hace todo nuevo y mejor y que, a su vez, a nosotros nos encomienda proseguir esta tarea.
La Pascua es la gran solidaridad. La Pascua es la brújula. La Pascua es la clave. La Pascua es la llave. La Pascua es la esperanza. Nada necesitamos más que la Pascua. Y por ello nada necesitamos más que volver a Dios, al Dios de Jesucristo, al Dios de la Pascua, al Dios que se prolonga en la Iglesia.
La Pascua no es enemiga del progreso, del bienestar, del desarrollo. Es su motor. La Pascua no llama al conformismo, sino al esfuerzo y al compromiso. La Pascua no nos deja ya instalados, precipitada y anticipadamente, en el cielo, sino que no pone en camino hacia él. Cambia nuestros valores, sí. Nos hace mirar hacia los bienes de allá arriba, pero para iluminar y sanar a los valores de acá abajo.
El afán de cada, anticipo y prenda de la Pascua
“Solo en el afán de cada día –escribió el gran teólogo contemporáneo Kart Rahner- se vislumbra el rostro de la eternidad”. Y a al afán de cada día nos convoca la Pascua. En él, el afán, en el quehacer, en la búsqueda, en el esfuerzo de cada día está ya en prensa y en semilla la Pascua.
Repitamos otro fragmento del mensaje urbi et orbi de Benedicto XVI: “Aquí, en nuestro mundo, el aleluya pascual contrasta todavía con los lamentos y el clamor que provienen de tantas situaciones dolorosas: miseria, hambre, enfermedades, guerras, violencias. Y, sin embargo, Cristo ha muerto y resucitado precisamente por esto. Ha muerto a causa de nuestros pecados de hoy, y ha resucitado también para redimir nuestra historia de hoy”.
Y por eso la Pascua ha de llegar, “quiere llegar a todos y, como anuncio profético, especialmente a los pueblos y las comunidades que están sufriendo un tiempo de pasión, para que Cristo resucitado les abra el camino de la libertad, la justicia y la paz”.
¿Por qué entonces seguimos alejándonos del Dios de la Pascua, de la Iglesia que sirve la Pascua? ¿Por qué entonces seguimos pensando, en la teoría o en la práctica, que nosotros solos nos las valemos para arreglar nuestros problemas? ¿Por qué entonces nuestro corazón no vibra con la Pascua, por qué entonces tantas veces no somos el Pueblo de la Pascua? Nada, absolutamente nada, necesitamos más que la Pascua. Nada, absolutamente nada, necesitamos que a Cristo y a este crucificado y resucitado. Es nuestra Pascua, nuestro gozo, nuestra esperanza para siempre. Amén
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