DECÁLOGO
Abril 13
Testigos de la luz y de la belleza de la Pascua
Seremos, pues, luz de Pascua alumbrando e iluminando tantas tinieblas como nublan nuestros horizontes vitales. La luz es la verdad, es la que nos permite caminar. Y es la que nos llega de la necesaria formación y de la correcta información. La luz no se esconde, se muestra y se expande. Como esa luz de la vigilia pascual, que en el corazón de la noche y de la oscuridad, surge como un resplandor que irradia y se contagia. Por ello, la liturgia pascual tiene como símbolo excepcional la luz, simbolizado en el Cirio Pascual, de cuya luz todos recibimos luz. Es luz de palabra, es la luz de la Palabra, fuente primera, insustituible e inacabable de formación. Pues, en ella, en la Palabra, está el manantial de la verdadera sabiduría.
Seremos, pues, belleza de Pascua frente a tantas inmundicias y fealdades con el resplandor de nuestra propia dignidad de cristianos. La belleza de la Pascua, cuyo símbolo litúrgico bien podrían ser las flores y el agua, nos obliga a los cristianos a vivir en la limpieza, en la honradez, en la honestidad. Y a saber recuperar siempre su esplendor a través del Sacramento de la Confesión.
El bien, el perdón y la justicia de la Pascua
Seremos asimismo, deberemos ser, pues, el bien pascual que vence al mal. El mal no tiene tampoco la última palabra. Ni el mal presente en nuestro mundo de tantas y diversas y hasta sutiles y alambicadas formas ni el mal que coexiste igualmente entre nosotros y en nosotros mismos. El cristiano, la criatura nueva de la Pascua, ha de responder al mal con el bien. Como hizo Jesús en la cruz. Al mal no le puede combatir con el mal pues engendra y genera más mal, mayor mal. La única manera de derrotarlo es con el bien. Hacer el bien, cotice o cotice en nuestro mundo, es siempre el valor seguro. Al igual que el que “siembra vientos, recoge tempestades”, el que siembra bien el bien recogerá el bien, aunque tantas veces pueda parecer lo contrario.
Seremos, pues, deberemos ser el perdón pascual que elimina el rencor viviendo y practicando el evangelio del perdón en medio de nuestras relaciones personales, laborales, familiares. Un buen ejercicio de Pascua, una buena demostración de resurrección, del hombre nuevo de Pascua, será hacer las paces, buscar la reconciliación. El rencor es una rémora y una atadura, que nos envuelve en la espiral y la dialéctica estériles no solo del ojo por ojo, sino que además seca nuestro corazón y nos atenaza. El perdón, la reconciliación cristiana, es un “más allá” de la lógica del tener razón y que nos abre a la generosidad y expande nuestros pulmones del alma. Es la disponibilidad para dar el primer paso. Es salir en primer lugar al encuentro del otro, ofrecerle la reconciliación, asumir el sufrimiento que implica la renuncia a tener razón. Es no ceder en la voluntad de reconciliación y de esto Dios –acabamos de comprobarlo con Jesucristo en la misma cruz- nos dio el ejemplo, y esta es la manera de llegar a ser como Él, una actitud que necesitamos continuamente en el mundo. El perdón de la Pascua, el perdón de los cristianos, será la mejor medio para saber pedir perdón –tener el coraje de hacerlo- y para saber perdonar de corazón.
Seremos, pues, la justicia pascual que se impone sobre la injusticia. ¡Qué mayor injusticia y atroz injusticia que los juicios, las condenas, la pasión y la crucifixión de Jesucristo! Pero, como el Papa Benedicto XVI nos recordó en su mensaje para la Cuaresma 2010, de este modo, mediante Cristo y este crucificado, Dios establece su justicia, la justicia que se convierte en el motor para luchar en pos de sociedades mejores. Obrando el bien, sembrando el perdón, construiremos la paz, esa paz pascual que vence siempre a la violencia, esa paz cuyo presupuesto fundamental es la justicia. Continuara mañana
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