MEDITACIÓN
No.
332 Santidad
Febrero
27
Para
ser santo, entendiendo por santo el que vive habitualmente en gracia de Dios y
desea crecer en unión con Él, el maestro necesita de la comunión con Dios que
se nos da en Cristo y solo en Cristo. Y Cristo se nos da en la Iglesia,
especialmente en la oración y en los sacramentos, y dentro de estos en la Santa
Eucaristía, que es “fuente y cima de toda vida cristiana” (LG 11). El católico
que no está en comunión con Dios porque voluntariamente la rechaza, se cierra
voluntaria y torpemente a la acción del Espíritu Santo, con lo cual no hay
santidad posible ya que no se puede pretender actuar con (ni desde) el Espíritu
Santo sin el Espíritu Santo. Dios a nadie obliga, pero su lógica es inexorable.
Conviene saber que sin Espíritu Santo todo hombre actuará como hombre mundano.
Si ese hombre es maestro, será un maestro mundano y enseñará mundanamente, que
quiere decir, ajustado a los criterios de este mundo, el que nos va tocando
vivir en cada instante del tiempo presente. Actuar mundanamente no equivale
necesariamente actuar mal, pero sí equivale a actuar a ras de suelo, sin
sentido trascendente. Pues bien, una educación sin sentido trascendente, que no
mire al más allá de las personas que la reciben, normalmente niños y jóvenes,
no merece ser llamada educación; una educación que no sirve para la vida
eterna, en realidad no sirve para nada. “La educación no es y nunca debe
considerarse como algo meramente utilitario”, decía Benedicto XVI a los
profesores y religiosos del Colegio
Universitario Santa María de Twickenham (London Bourough of Richmond) en el
saludo que les dirigía el 17 de septiembre de 2010.
Digamos
una sola palabra sobre la oración. Para todo católico -tenga el estado que
tenga y dedíquese a lo que se dedique- la oración es el oxígeno del alma. Sin
oración no hay crecimiento en la vida cristiana. Los autores espirituales
coinciden unánimemente en afirmar el poder transformante de la oración y la
necesidad imperiosa que tiene todo hombre de pasar ratos y ratos de intimidad
con su Dios, tanto a solas como en comunidad.
Sin
sacramentos y sin oración podríamos ser buenos instructores, didactas expertos,
hábiles comunicadores, líderes en el campo educativo pero no católicos
maestros; podríamos ser gentes con un alto dominio técnico de las materias que
enseñamos pero absolutamente incapaces de dejar huella de santidad en el alma
de los muchachos. Eso es así porque a un espíritu solo lo puede mover otro
espíritu. Dicho con palabras de Jesucristo, el Señor: “Sin mí no podéis hacer
nada” (Jn 15, 5). Cuando el Señor dice esto, alguien podría pensar: “Hombre,
algo sí podemos hacer, porque hay muchas cosas que hacemos no solo sin Cristo,
sino incluso en contra suya”. A alguien, o a muchos, eso les puede parecer
cierto, pero la Palabra de Dios se mantiene inmutable. “Sin mí no podéis hacer
nada” quiere decir nada que merezca la pena, nada que pueda mantenerse, nada
que permanezca; o sea nada. Nada que haya hecho el hombre sin el Espíritu Santo
permanecerá -no quedará piedra sobre piedra- y si no permanece, su fin no será
otro que el de la torre de Babel, es decir, la nada, por más altas que sean sus
pretensiones o tenga apariencia de solidez.
Quizá
pueda venir al caso esa coplilla anónima de los siglos del barroco español que
dice así:
La
ciencia más acabada
es
que el hombre en gracia acabe,
pues
al fin de la jornada,
aquel
que se salva, sabe,
y
el que no, no sabe nada.
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P.D. No olvide que hay hermanos que también
necesitan oraciones, cuando sea menester ayúdenos con sus oraciones.
Cursillista M. E. Winston Pauta Avila
Guayaquil - Ecuador
wpauta@yahoo.es,
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