¿Que no sabes rezar? ¿Y por qué no gritas
también tú:
"Hijo de David, ten compasión de
mí"?
¿Que no sabes qué decirle? Grita:
"Hijo de David, ten compasión de
mí".
¿Que estás triste? Grita:
"Hijo de David, ten compasión de
mí".
¿Que estás preocupado? Grita:
"Hijo de David, ten compasión de
mí".
¿Que estás con dudas? Grita:
"Hijo de David, ten compasión de
mi".
¿Que estas angustiado? Grita:
"Hijo de David, ten compasión de
mí".
¿Que no puedes perdonar? Grita:
"Hijo de David, ten compasión de
mí".
¿Que no te dejas perdonar? Grita:
"Hijo de David, ten compasión de
mí".
¿Que no te sientes arrepentido? Grita:
"Hijo de David, ten compasión de
mí".
¿Que no te atreves a confesar tu pecado?
Grita:
"Hijo de David, ten compasión de
mí".
¿Que no te atreves a darle cara? Grita:
"Hijo de David, ten compasión de
mí".
Pero que grite tu corazón. Que grite tu dolor.
Dios no puede dejar de escuchar cuando el
corazón grita.
Y no tengas vergüenza de gritar.
¿A caso no le gritas a tus hijos?
¿A caso no le gritas de tu esposa o a tu
marido?
¿A caso no le gritas al vecino?
No digas que no sabes orar.
Comprométete a gritar ese grito del ciego,
durante una temporada.
Deja que sea esa tu oración.
Y notarás que también tú comienzas a ver de
una manera diferente.
Clemente Sobrado C.P.
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también necesitan
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