TIEMPO DE DIOS.
Julio 22
El hombre es como un inmenso pulmón, sediento siempre de oxígeno, como un inmenso corazón hambriento siempre de sangre; el oxígeno, la sangre que el hombre ansía, es la felicidad.
A veces buscamos la felicidad fuera de nosotros mismos y nos equivocamos lamentablemente, pues la felicidad está dentro de nosotros y nosotros la construimos.
Nuestra felicidad es la consecuencia de la que hemos procurado a otros; tal vez nos diga algo de esto la madre que sonríe feliz ante la cama de su hijo dormido después de un día de trabajo por él.
No tenemos derecho a gozar de la felicidad, si no la creamos en torno nuestro; como no lo tenemos a disfrutar de la riqueza, si no la producimos.
Nuestra principal tarea en esta vida es ser felices; así lo quiere Dios; pero el camino más corto y más seguro para serlo, es hacer felices a los demás, pues no hay más que una manera de ser felices, y es hacer felices a los demás.
La felicidad comienza con “fe”. La fe, será, pues, la condición indispensable de una profunda y permanente felicidad. “El temor del Señor recrea el corazón, da gozo y alegría y larga vida; todo terminará bien para el que teme al Señor, él será bendecido en el día de su muerte” (Eclo 1,12-13)
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