TIEMPO DE DIOS
Noviembre 13
Felipe II, ya moribundo, llamaba a los príncipes a su alcoba en el monasterio del Escorial, para enseñarles la prematura corrupción de su cuerpo supurante: “¡Mirad, hijos, en lo que acaba la realeza en este mundo!”
Bello ejemplo de un rey cristiano para tantos magnates envanecidos, jactanciosos y altivos.
Es muy dura, pero muy purificadora y santificante esta incorporación esta incorporación a la cofradía del dolor, esta configuración con el sufrir de Cristo, aceptando los designios divinos, difíciles de comprender cuando la vida se deshace, como nube de atardecer estival.
No estará de más que recordemos a los diez millones de epilépticos, catorce millones de leprosos, treinta y dos millones de sordomudos, quince millones de niños discapacitados… y a tantos cientos de miles sin catalogar.
Al enfermo hay que decirle no tanto el por qué de su sufrimiento, cuanto el sentido que le puede otorgar al mismo.
“Por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte, que fuera del Evangelio nos envuelve en absoluta oscuridad” (GS 22). El sufrimiento es la moneda con la que acompañamos la eficacia del apostolado y el crisol de nuestro amor a Dios. * P. Alfonso Milagro
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