TIEMPO DE DIOS.
Enero 2
Sucede que los más imperfectos son los que más perfección exigen; lo menos humildes son los que menos toleran las faltas de humildad en los otros.
El más humilde es el más comprensivo con las faltas de los demás; el más perfecto es el más comprensivo con las imperfecciones de los demás, porque la virtud es la comprensión de lo no virtuoso, y la imperfección es la intransigencia aún con la misma virtud.
Si eres intolerante con los demás, con tus familiares, con tus hijos, con tus dependientes, con tus vecinos... ¿no será porque no eres tú suficientemente perfecto?
Siempre es bueno juzgarse a sí mismo antes de pretender juzgar a los demás.
Pero, eso sí: juzgarse a sí mismo con entera imparcialidad y no con un certificado de buena conducta que nos extendemos ya antes de iniciar el juicio.
“Escucha, Señor, mi justa demanda, atiende a mi clamor, presta oído a mi plegaria, porque en mis labios no hay falsedad. Tú me harás justicia, porque tus ojos ven lo que es recto” (Sal 17,1-2).
Todo lo conoce el Señor, todo lo pesa y mide con absoluta imparcialidad y justicia: Él es santísimo y exige la santidad de sus hijos. * P. Alfonso Milagro
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