MEDITACIÓN
No.
491 EL PORTERO DEL BOTIQUÍN
Octubre
20
No
había en el pueblo peor oficio que el de portero del botiquín. Pero ¿qué otra
cosa podría hacer aquel hombre? De hecho, nunca había aprendido a leer ni a
escribir, no tenía ninguna otra actividad ni oficio.
Un
día se hizo cargo del botiquín un joven con inquietudes, creativo y
emprendedor. El joven decidió modernizar el negocio. Hizo cambios y después
citó al personal para darle nuevas instrucciones. Al portero, le dijo:
-
A partir de hoy, usted, además de estar en la puerta, me va a preparar una
lista semanal donde registrará la cantidad de personas que entran día a día y
anotará sus comentarios y recomendaciones sobre el servicio.
El
hombre tembló, nunca le había faltado disposición al trabajo pero...
-
Me encantaría satisfacerlo, señor - balbuceó - pero yo... yo no sé leer ni
escribir.
-
Ah! ¡Cuánto lo siento!
-
Pero señor, usted no me puede despedir, yo trabajé en esto toda mi vida.
-
Mire, yo le comprendo, pero no puedo hacer nada por usted. Le vamos a dar una
indemnización para que tenga dinero hasta que encuentre otra cosa. Así que, lo
siento. Que tenga suerte.
Y
sin más, se dio vuelta y se fue. El hombre sintió que el mundo se derrumbaba.
Nunca había pensado que podría llegar a encontrarse en esa situación. ¿Qué
hacer? Recordó que en el botiquín, cuando se rompía una silla o se arruinaba
una mesa, él, con un martillo y clavos lograba hacer un arreglo sencillo y
provisorio. Pensó que esta podría ser una ocupación
transitoria
hasta conseguir un empleo. El problema es que sólo contaba con unos clavos
oxidados y una tenaza mellada.
Usaría
parte del dinero para comprar una caja de herramientas completa. Como en el
pueblo no había una ferretería, debía viajar dos días en mula para ir al pueblo
más cercano a realizar la compra.
¿Qué
más da? Pensó, y emprendió la marcha. A su regreso, traía una hermosa y
completa caja de herramientas. De inmediato su vecino llamó a la puerta de su
casa.
-
Vengo a preguntarle si no tiene un martillo para prestarme.
-
Mire, sí, lo acabo de comprar pero lo necesito para trabajar... como me quedé
sin empleo...
-
Bueno, pero yo se lo devolvería mañana bien temprano.
-
Está bien.
A
la mañana siguiente, como había prometido, el vecino tocó la puerta.
-
Mire, la verdad es que todavía necesito el martillo. ¿Por qué no me lo vende?
-
No, yo lo necesito para trabajar y además, la ferretería esta a dos días de
mula.
-
Hagamos un trato -dijo el vecino- Yo le pagaré los dos días de ida y los dos de
vuelta, más el precio del martillo, total usted está sin trabajar. ¿Qué le
parece?.
Realmente,
esto le daba trabajo por cuatro días, así que aceptó. Volvió a montar su mula.
Al regreso, otro vecino lo esperaba en la puerta de su casa.
-
Hola, vecino. ¿Usted le vendió un martillo a nuestro amigo?
-
Sí...
-
Yo necesito unas herramientas, estoy dispuesto a pagarle sus cuatros días de
viaje, más una pequeña ganancia. Yo no dispongo de tiempo para el viaje.
El
ex-portero abrió su caja de herramientas y su vecino eligió una pinza, un
destornillador, un martillo y un cincel. Le pagó y se fue. "...No dispongo
de cuatro días para compras", recordaba. Si esto era cierto, mucha gente
podría necesitar que él viajara para traer herramientas. En el siguiente viaje,
arriesgó un poco mas del dinero trayendo más herramientas que las que había
vendido. De paso, podría ahorrar tiempo en viajes. La voz empezó a correrse por
el barrio y muchos quisieron evitarse el viaje.
Una
vez por semana, el ahora comerciante de herramientas viajaba y compraba lo que
necesitaban sus clientes. Alquiló un local para almacenar las herramientas y
algunas semanas después, con una vidriera, el local se transformó en la primera
ferretería del pueblo.
Todos
estaban contentos y compraban en su negocio. Ya no viajaba, los fabricantes le
enviaban sus pedidos. Él era un buen cliente. Con el tiempo, las comunidades
cercanas preferían comprar en su ferretería y ganar dos días de marcha. Un día
se le ocurrió que su amigo, el tornero, podría fabricar para él las cabezas de
los martillos. Y luego, ¿por qué no? Las tenazas... y las pinzas... y los
cinceles. Y luego fueron los clavos y los tornillos...
En
diez años, aquel hombre se transformó, con honestidad y trabajo, en un
millonario fabricante de herramientas. Un día decidió donar a su pueblo una
escuela. Allí se enseñaría, además de leer y escribir, las artes y oficios mas
prácticos de la época. En el acto de inauguración de la escuela, el alcalde le
entregó las llaves de la ciudad, lo abrazó y le dijo:
-
Es con gran orgullo y gratitud que le pedimos nos conceda el honor de poner su
firma en la primera hoja del libro de actas de la nueva escuela.
-
El honor será para mí - dijo el hombre -. Creo que nada me gustaría más que
firmar allí, pero yo no sé leer ni escribir. Yo soy analfabeto.
¿Usted?
- dijo el Alcalde, que no alcanzaba a creerlo ¿Usted construyó un imperio
industrial sin saber leer ni escribir? Estoy asombrado. Me pregunto, ¿qué
hubiera sido de usted si hubiera sabido leer y escribir?
-
Yo se lo puedo contestar - respondió el hombre con calma -. Si yo hubiera
sabido leer y escribir... ¡sería portero del botiquín!.
Generalmente,
ciertos cambios son vistos como adversidades. Las adversidades encierran
bendiciones. Las crisis están llenas de oportunidades. Saber adaptarse al
cambio será la opción más recomendada. La Biblia nos dice en Romanos 8:28 “Y
sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien”
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