MEDITACIÓN
No.
337 SEGÚN EL CORAZÓN HABLA LA BOCA
Autor:
Padre Eusebio Gómez Navarro OCD
Marzo
3
Hay
personas que no saben hablar sin herir o reírse de los otros. Sólo algunos
artistas saben insultarse con ingenio. Cuentan que de Fred Astaire pensaba de
su primer productor: “No sabe actuar, no sabe cantar, es calvo y baila poco”.
De Woody Allen decía Peter Ackroyd: “Es lo bastante bajo y feo como para
triunfar por sí mismo”. De Marlon Brando dijo Bertolucci: “Tiene los ojos de un
cerdo muerto”. De Cher escribió la revista Absolutely Fabolous: “Si se hace
otro estiramiento de cara, se vestirá con la barbilla”.
En
nuestra vida diaria también nos encontramos con personas que derrochan ingenio
para poner en ridículo al otro. Pero lo que más abunda es el insulto grosero.
No hay adjetivos suficientes para arrojar nuestro veneno sobre quien se siente
indefenso.
Es
enorme el daño que podemos hacer con nuestra lengua. “El golpe de la lengua
puede llegar a romper los huesos” (proverbio chino). Sólo cuando uno sufre en
carne propia los efectos de una palabra mortífera, sabe el daño que ocasiona el
insulto. “La herida causada por una lanza pude curar, pero la causada por la
lengua es incurable (proverbio árabe).
Para
controlar nuestra palabra debemos escuchar a Dios, que está continuamente dando
señales de vida. Lo nuestro no es controlar la Palabra, sino escucharla,
releerla, meditarla, acogerla desde un corazón vacío y pobre para que se
produzca la transformación y el fruto. Como la lluvia empapa y fecunda la
tierra, así será la palabra que sale de mi boca (Is 55,10-11).
La
palabra es vida y es tan necesaria como la comida. La Palabra de Dios es
portadora de vida. Bastó abrir la boca para que el mundo fuera creado.
Jesús
curó y sanó con su palabra. Por eso, Dios ha hablado y sigue hablando, porque
sabe que si nos faltara su Palabra no tendríamos vida. Siempre que lo hace,
comunica buenas noticias de salvación y de vida. Él es fiel a su palabra, no
miente ni engaña; habla tiernamente al corazón y quiere llevar al ser humano a
lo más profundo de su ser. Al dirigirse a cada uno, se acomoda a cada persona,
como hace una madre con sus hijos.
Dios es comunicación amorosa. La
Sagrada Escritura es “la gran carta que el Padre envía a sus hijos que
peregrinan en el mundo y con quienes se entretiene mediante el Espíritu Santo”
(DV 21). Por eso el gran imperativo de Israel es: “¡Escucha!”, y el peor
reproche profético es la torpeza de ojos, oídos y corazón (Is 6,10).
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