MES DE MARÍA
MES DE MARÍA
Diciembre 23
¿Niño – Dios?
Juan Luis Herrero del Pozo
La Navidad, ya inminente, invita a muchas cosas, algunas obscenas e hirientes como el desmadre del consumo en honor del Pobre de Yahvé… Pero invita igualmente a la contemplación subversiva ¡Qué duda cabe que en este cambio de época, en que todo se mueve, incluso lo más sagrado (también en el cristianismo) la Navidad debe cesar en su papel de paréntesis en la carrera hacia el caos! Y ello cabalmente me induce a una reflexión áspera en homenaje al “cumpleañero” que recordamos con inmenso afecto, aquel Profeta que asesinaron por lo insoportable de su mensaje. La expresión Niño-Dios sintetiza la forma tradicional de entender a Jesús. Cometiendo un grave anacronismo se interpretó al pie de la letra y como relato histórico aquel metafórico cuadro lírico-épico del llamado “Evangelio de la Infancia”. Los seguidores y seguidoras de Jesús, deslumbrados –con sobrada razón- por el impacto de su desconcertante figura, colocaron en el atrio de su trayectoria humana una reflexión catequética para ensalzarlo por encima del mismísimo César. Lo que para ellos era exordio épico en clave de homenaje de fe lo hemos interpretado nosotros como protocolo histórico de su nacimiento e infancia.
Para Dios nada hay imposible: mejor que cualquier faraón, Emmanuel, el “Dios con nosotros” tiene por padre no a un simple mortal sino al propio Dios. La comunidad creyente inventa un edicto imperial para sustituir la humilde aldea de Nazaret por la “ciudad de David”, el rey fundador. Una señal brilla en el firmamento del lejano Este y pone en movimiento hacia Judea a tres magnates. La corte de Herodes se conmueve y los padres de Jesús retoman el camino del Egipto, refugio primero luego pesado yugo de sus ancestros. También los sencillos pastores reciben su mensaje celeste y convergen con los orientales en la pleitesía al enviado de Dios. Es suficiente para completar el cuadro. De los varios escritos laudatorios, la comunidad desestimó otros más barrocos, trufados de portento, los que denominamos apócrifos,reteniendo sólo el de más frugal grandeza. Completa el cuadro el toque –que hoy consideraríamos de niño repelente- de un Jesús imberbe dando lecciones bíblicas a los sesudos doctores de la capital. Y, por fin, suavizado el tránsito de la ficción a la realidad, el primo de Jesús, el austero Juan, lo introduce en la saga de los grandes profetas, mediante la teofanía del Jordán…
Sobre semejante catequesis poética ¡menudo “belén” hemos montado! Sin duda, nos sirvió durante siglos para suplantar la magia de las celebraciones paganas de invierno. Pero hoy la magia nos devuelve la moneda suplantando a su vez al hijo pobre de María con las orgías del consumo. Y así, entre mito y despilfarro, hemos sacado de quicio la sencilla y razonable realidad. Lo que era atrio poético de la vida de un ajusticiado contribuyó a hacer de Jesús el mayor dios del Olimpo y hoy pretexto de una bacanal. Sin embargo ¿cómo debieron ser las cosas de su infancia? Puesto que el mito no se deja manejar bien, hagamos un simple ejercicio de buen sentido para hacernos una idea de la infancia de Jesús de cuyos casi únicos 30 años de vida apenas disponemos de un solo elemento histórico. De estar vivos aún José y María cuando la comunidad más cercana a ellos comenzó a fabular religiosamente con el “evangelio de la infancia”, ellos fueron de los primeros en aprender a interpretar en clave de fe a su hijo asesinado.
Al admirar estos días a mi primer nieto mamando, he pensado en Jesús: frágil, ausente la mirada, siempre dormido. El contacto con el entorno se hará lentamente y los mayores veremos sonrisa en la primera mueca. Más adelante Jesús correteó con algún vecino, estorbó más que ayudo a su padre en la labor, se sorprendió con esa bola de masa de harina morena que se iba hinchando hasta que María le contó lo de la levadura. Ya adolescente, sintió estremecerse su cuerpo a la vista de alguna muchacha. Transcurrieron los años “en todo semejante a nosotros”. ¿En qué mistificación apoyaría Pablo su salvedad “menos en el pecado”? ¿Ni el más mínimo eco encontró en el interior de Jesús la tentación? No es desdoro que su libertad se construyera, como la de cualquiera, en el esfuerzo titubeante. Nada en el Jesús recién nacido, como en ningún otro humano, estaba predefinido, predestinado ni siquiera por Dios. Jesús no estaba programado. Jesús pudo no llegar a ser lo que devino. Su libertad lo construyó.
Por eso erraba de medio a medio el cardenal Ratzinger cuando, con pretensiones de científico, afirmaba en el 2000 “Según mis conocimientos de biología, una persona trae consigo, desde el comienzo, el programa completo del ser humano, que luego se desarrolla”. Ratzinger confunde en el genoma humano programa e información y se carga obtusamente la libertad. Desde la información de nuestro genoma cada uno de nosotros elabora, crea libremente su propio programa. Ese es precisamente el enigma del niño que contemplamos en la cuna, el de estar abierto a su yo futuro, incierto y abismal. Ahí es donde cabe extasiarse, contemplativo, ante el Niño, y ante cualquier infante: ¿Qué decidirá ser? Ninguna apoteosis, ni ninguna cruz se proyectaban sobre aquel pesebre. Lo de la “espada que te atravesará el corazón” de Simeón a María era o una obviedad o una proyección teológica del futuro sobre el presente. Jesús, pues, ni nace Dios (un cuadrado no es un círculo) ni lo deviene propiamente sino que “es constituido hijo de Dios por la resurrección” (Rom 1,4), desvelando de tal suerte lo que ocurre a cada uno de nosotros en nuestra muerte.
Aprendió a orar de sus padres, descubrió al Dios de Abraham en la sinagoga, asimiló a Yahvé más a la jovialidad de José que a las manos ensangrentadas del Sacerdote del Templo y comenzó a llamarle secretamente “papá”, un papá especial que daba de comer a los pajarillos, granaba las espigas, iluminaba los amaneceres. Todo tan natural, tan sencillo, tan simplemente humano. Colaborador en el hogar, impaciente en alguna ocasión, fiel con los amigos, sensible con las mozas… ¡Todo tan sencillo y humano! Lo que no le impedía rebelarse y protestar contra tanta injusticia y marginación. Al contrario, si por algo comenzó a destacar fue por esto… Y así le fue.
Reflexionando así estos días y reconstruyendo espiritualmente los primero días y años de Jesús he comenzado a reconciliarme con unas fechas que cada año me desazonaban más. Y he podido recuperar un nuevo sentido, el de la verdadera encarnación de Dios que me gusta formular así: Sólo Dios es grande. Lo humano es sólo humano pero cuanto más humano, más divino. Por eso, Jesús fue gran revelador de Dios, por ser plena y cabalmente humano. Si algo específico podemos celebrar en Navidad es que, como en el nacimiento de Jesús, en lo más sencillo e insignificante de nuestra existencia se encierra una gran esperanza de plenitud.
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